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Estudiar un máster en comunicación y educación me hizo ver a ese monstruo de manera visceral, brutal. Con la oportunidad de estar en otra comunidad, en el otro lado del atlántico, al lado del mediterráneo, vino un desafío tan grande como elemental: la comunicación. Y con ella, todo lo que se implica - tecnología, tecnología, tecnología. Unas tantas veces me sentía solo estando en un curso de comunicación. Unas tantas veces me sentí más solitario, entendiendo las profundidades del mundo de la tecnología.
Echo de menos el tiempo en que las personas se miraban en el autobús y en el metro.
Que flirteaban como ilustres desconocidos.
Echo de menos las miradas que se cruzaban ingenuamente, sin pretensión, sin sentido.
Hoy busco miradas, pero encuentro nostalgia en estas mismas miradas que
miran las pantallas de los androids, iphones, ipads, google…
Hey man, whatsapp!
En una de esas tantas veces, de camino a la universidad, observaba a las personas en el metro, buscaba una mirada, una sonrisa, pero lo que realmente encontré fue mi cuaderno de escritos.
Esto me recordó una de las varias cosas que dijo Sherry Tukle en su charla para el TED, sobre las relaciones, la tecnología y la comunicación: "las relaciones humanas son vivas, complicadas y exigentes. Las limpiamos con tecnología y al hacerlo, algo de lo que puede suceder es que se sacrifica la conversación por la simple conexión. Nos defraudamos y con el tiempo, parece que lo olvidamos o parece que deja de importarnos."
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De hecho, veo el mundo mucho más fast y muy menos food. Las relaciones que terminan por el whatsapp, despidos que ocurren por la web, contratos que se efectúan online. Es todo muy rápido, pero no nos queda tiempo para contemplar, reflexionar, pensar (digerir todas informaciones que recibimos). Esto impone repensar la vida, nuestro modus operandi y traer de vuelta la buenas y vieja conversación de bar.
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