El encuentro con la Naturaleza Un enchufe de conexión para una sociedad desconectada


Foto: Pixabay

 Por Susanna Pruna

Mi cabeza, de nuevo perdida,
perdida yo, perdido mi cuerpo, perdida mi alma.
Cómo descifrar ese leguaje interno,
cómo ordenarlo, cómo darle forma
que me alivie el alma.
Hoy soy un paisaje de tormenta,
mis ojos lloran ese no saber quién, qué soy,
el camino, de nuevo difuso
desdoblando malestar a quien se acerca.
Solo pido estar sola,
esa soledad que te abre la puerta de ti misma,
que te empuja a ese lloro profundo
de lágrimas invisibles.
Necesito hojear ese, mi diario interno,
que escribo mientras vivo despierta,
que escribo mientras duermo viviendo sueños que no recuerdo,
necesito desasosegar el alma
entrando en el acto mismo de la creación,
para perderme, para olvidar que estoy en él,
dejando al inconsciente convertirse en director de orquesta,
para que indique al cuerpo cómo bailar,
al lápiz qué palabras dejar sobre el papel
o a ese pincel deseante qué pintura tomar para poder crear.
Sí, dejar paso al director,
es el mejor remedio para el alivio, para el respiro.
Dejar paso al director,
es saber que cuando la orquesta apague su voz,
los que quieran acercarse ya no olerán malestar,
sentirán la textura de la pintura mojada,
el calor de un cuerpo que ha hablado,
y quizás y solo quizás,
se les permita leer esa voluntad de la palabra escrita.
Pero lo más importante, lo más profundo,
es que dejar paso al director,
es desasosegar y transformar ese paisaje que hoy
atormenta mi alma
para convertirse en una partitura interna llena de notas.
Por una vida llena de arte,
para un arte que llene la vida,
reclamo respeto, que no entendimiento,
para esa maravillosa soledad,
que es el estar con uno mismo.

¿Te has preguntado si la vida que llevas es la que realmente quieres? Llega un día que sientes que no puedes más, todavía no sabes que es, pero algo muy interno te dice “no puedo más”. ¿Qué vida vivo? ¿Es la mía? Siento que está contaminada por tantos elementos del afuera que no sé donde quedo yo. Sin darme cuenta, caigo, caigo y la red invisible de la sociedad me tiene atrapada y encima afirma que me sostiene.

¿Quiero yo esa red? ¿La he pedido? ¿Necesito todo lo que ella me vende? No, pero pienso que la sociedad muy sutilmente va creando necesidades a las que si no estoy alerta quedo dependientemente enganchada.

¡Estoy harta! Harta de tener que luchar para que mis hijos formen parte -lo menos posible- de esta agresión constante. Si no tienen móvil desde edades que yo considero tempranas (12 años) son raros. Si en el móvil no tienen toda la tecnología que la sociedad establece que se ha de tener, son raros. Si no tienen Facebook con 13 años, son raros. Estoy harta de ver como les quitan la infancia, con toda la publicidad engañosa y pervertida de los personajes Disney y de la televisión en general.
Estoy harta de que algunos deportes como el fútbol o la Fórmula 1, muevan tanto dinero y movilicen a tanta gente, y que, a pesar de que ésta sea consciente de lo escandaloso que es, continúe perpetuándolos al mirarlos, al ir al estadio o al circuito. 


Estoy harta de subir al tren y apenas ver libros abiertos que acompañen a las personas en sus trayectos. Harta de ver que son los móviles los que llevan y dirigen la vida de las personas.
¿Entonces de qué me he desconectado? Creo que me he desconectado de mí y siento que cuando esto pasa no hago nada más que desconectarme de la Naturaleza, de lo primigenio, de la vida. Me siento entonces perdida y me voy apartando de lo que me rodea. La sociedad se encarga de hacerlo muy bien: crea herramientas que aíslan para que así permanecezcamos más enganchados a ellas. Además, ¿cuántas personas ejercen trabajos a los que quedan como pegados, que no tienen nada que ver con su formación y que además no soportan? 



Es un tejido social que atrapa en muchos sentidos. Si pienso en la sociedad donde vivo, aparecen en mi cabeza palabras como: “velocidad”, “imagen”, “cuerpos decorativos”, “dependencia tecnológica”, “falsas conexiones”, “consumismo”, “naturaleza disfrazada como naturaleza”, “deportes extremos”... Me muevo en un mundo de apariencias, donde lo que queda naturalizado es la vida en “falsa conexión”, en un continuo esfuerzo para seguir dando sentido a todo lo anterior. Con un poquito de observación, puedo sentir cuánto esto me lleva a vivir desconectada de mí y cuánto trabajo me ha requerido mantener este bombardeo invisible.


¿Cómo detener todo esto? Cuando entre amigos lo comento, me toman por loca, me dicen que es imposible y lo sé, pero también sé que los que me lo dicen, no son conscientes de lo enganchados y atrapados que están a una vida que en realidad no dirigen ellos. Quiero libertad para mis hijos, quiero un pensamiento crítico, quiero que elijan lo que quieran ser desde su escucha profunda. Pero esto es un trabajo muy duro, cuando todos los que te rodean se sienten aparentemente a gusto con esta situación.


Quiero explicar mi experiencia en un taller al que asistí el pasado mes de octubre, en un parque natural, donde pude experimentar muy bien desde mí, ese sentimiento de estar conectado o desconectado, y lo importante que es hoy un encuentro con la Naturaleza. 


Se trataba de un taller que ofrecía el Instituto de Arteterapia IATBA dentro de su Formación Continua. Por primera vez se proponía un taller en una casa rural situada en el Parque Natural del Montnegre. Lo impartía Arturo Solari, artista plástico y arteterapeuta, de quien recordaba otro taller al que asistí, en el marco de las I Jornadas de Arte y Sociedad, en marzo del 2014 y que encontré muy interesante. 


Recuerdo cuando abrí el correo quedarme atrapada por el título del taller “La Voz de la Tierra”. Me venían a la cabeza preguntas: ¿la Tierra habla? ¿Cómo es su Voz? ¿Qué nos dice? ¿Qué me dice a mí?... Y aunque apuré en el tiempo para inscribirme, sabía que no me lo quería perder. Siempre he sentido que la Tierra habla, la Tierra se expresa y nos dice cosas continuamente, pero no la escuchamos, no la miramos con ojos de ver, con ojos sensibles.


Quizás no he recorrido lugares lejanos, ni he visitado esos sitios paradisíacos que parece que si no se visitan no has visto nada y no eres un amante de la Naturaleza. Mi relación con ella desde niña siempre fue desde otro lugar, desde la necesidad de ella, desde el comunicarme con ella. Desde el hacerme amiga de las estrellas y hablarles por las noches o escuchar lo que me decía un tronco abandonado o lo que susurra una montaña o un gato sin techo o tantos otros seres de los que en esa relación han surgido escritos poéticos y algunas esculturas. Creo que lo importante no son los lugares sino el cómo te relacionas con ellos o con cualquier ser diminuto que los habite. Cómo los concibes, qué son para ti y qué eres tú en relación con ellos: qué te dicen, cuál es tu necesidad. 


Así que empecé a vivir ese taller desde aquel correo recordando tantos momentos de mi vida en los que he dialogado con la Naturaleza. Además sentía curiosidad por cómo sería y por las personas que me iban a acompañar en el viaje. La casa rural de Can Buc (así se llama), está adentrada en el bosque, con una disposición que mira al sur, con lo cual tiene sol todo el día. Cuando sales a la terraza o asomas la mirada por la ventana, ves el parque del Montnegre a los pies, como una lengua que se despliega hasta el mar. Y alrededor, montañas. Un lugar fantástico para hacer un taller como este.


Al llegar nos esperaban Roser y Jordi, las dos personas que llevan la casa, Arturo Solari y el resto de compañeras. El recibimiento fue acogedor. Veníamos un poco nerviosas porque nos perdimos y yo particularmente estaba angustiada porque el coche parecía que se había estropeado. Después de acomodarnos y desayunar un poco, Arturo nos enseñó el espacio donde trabajaríamos: lleno de luz, con cojines al fondo y una mesa repleta de material. Para empezar nos propuso un trabajo fantástico: trabajar corporalmente con la “neura” que traía cada uno, irla transformando y terminar con una escultura individual. 


Foto: Virginia Su
Agradecí el trabajo por ese “cómo venía yo” y el hecho de permitirme parar, tomar un tiempo y permitirle al cuerpo escucharse. Fue muy importante poder acoger esa “neura” a través de un primer movimiento que mostraba incomodidad o angustia. Pude bailarla, jugar a transformarla y ponerla en otro lugar. Fue muy sanador. A mi me sirvió para centrarme y entrar en tarea. Estando con mi “neura”, solamente la puedo ver a ella y no percibo a las personas que me quieren, la inmensidad del mar, un árbol florecido o todo un fin de semana que puedo tener por delante y que puedo disfrutar o desaprovechar. Si no la quiero soltar, no veo nada, nada, y sin apenas percibirlo permito que se apodere y dirija mi día. 

Por la tarde continuamos con el ejercicio, desde donde sentíamos la “neura” en aquel instante. El grupo demostró que todos estábamos en un lugar muy distinto. Construimos una escultura colectiva con una energía que fluía desde una serenidad nueva, diferente a la que yo había experimentado individualmente por la mañana. Pude flexibilizar y transformar mi “neura” dejándola volar como un pájaro. Al estar con la Naturaleza me acerqué a mí y eso hoy es una lucha perdida si no soy plenamente consciente de ello.


Quiero mostrar tres trabajos con los que pude sentir ese estar conectada. El primer trabajo, partía de la idea de “entrar” a la Naturaleza, en vez de “salir” a ella, como normalmente se dice. Se trató de dibujar la relación desde un formar parte de ella. Era un trabajo individual en el cual teníamos que estar en silencio y con todos los sentidos abiertos. Así es que tomé el material que creí necesario, bajé las escaleras y me detuve unos segundos en la puerta para sentir el salir de la casa y “entrar en la Naturaleza”.


Aquí están las notas que tomé después de hacer un dibujo. Me pareció importante escribir como había sido el proceso.


Susanna: - “Entro en ti Naturaleza.” Dos pasos, todavía me siento grande. No estoy mirando, ando y ando, no mucho. Siento que en cada pequeñísimo rincón, en cada mirada acotada está todo. Al lado de un banco, dos cubos con agua de lluvia llena de vida. Donde hay vida me llama la atención, ya me quedaría. Hay también un árbol precioso. Su tallo está firme, pero continúo mi paseo unos pasos más. Unos metros más abajo dos gatos al sol me llaman, los acaricio y los dejo estar. Siento que tengo que volver al árbol, al banco. Me empiezo a sentir pequeña ante tanta maravilla que me rodea. – “Imposible describirte.” Mil detalles se escapan en cada mirada, movimiento, sonidos, colores. El viento nos acompaña. Necesito cerrar los ojos y tumbarme. –“Quiero escucharte con todos los sentidos.” Así permanezco unos minutos y unos minutos más. Respiramos en silencio, todos, y el sol nos acaricia: mi rostro, tu copa repleta de hojas: -“eres fuerte árbol, y me das fuerza.”


Me incorporo.


Me dirijo a todos los seres que me rodean.
- “¿Sabéis?, me han dicho que tengo que dibujar esta relación, este pertenecer. ¿Cómo? Sóis tantas cosas, tantos seres. Quiero dibujar el sonido de ti pajarillo, que parece me acompañas y el de aquél otro y otro que no puedo identificar, y atrapar el viento en un trazo ¿Cómo? y a todas las miles de plantas y plantitas diminutas que estáis a mi lado.”
Miro el verde del suelo, con tantas hojas, una flor amarilla alza su rostro, ¿quizás será ella la que me atrape? ¡Oh! a su lado un tallo verde, con una flor tan pequeña como una doble hormiga.
-“Nadie te ve, aunque tu tallo es el más alto, seguro que te pisan una y otra vez… ¿Tú sabes que eres preciosa?” Delicadamente te abrazo con mis dedos. Le pregunto a la flor: – “¿Puedo tomar una foto contigo? Me parece que vas a ser tú la que protagonices mi paisaje pintado.”
Tomo mis colores y empiezo a pasar la cera por el papel, me falta papel. -“Siempre me faltaría papel para plasmarte a ti y a toda la Naturaleza que me rodea, estoy contigo y formo parte de ti.”
De golpe un bichito diminuto se ha posado en mi hoja de dibujo.
- “Voy a caminar contigo, ¿puedo?” (Le pregunto al bichito).
Cojo mi lápiz y te sigo muy delicadamente, no te voy a tocar, solo quiero acompañarte, -“tú dibujas mi dibujo, das un salto, vuelves a andar y te vas. ¡Adiós!”
Ahora un lápiz verde se desliza por la hoja: -“eres tú árbol y tú pequeña flor y todas las hojas y plantitas que estáis a mi lado, y las montañas.” (Utilizo el verde para toda la vegetación que me rodea).




(
Aquesta acció enfoca la mirada a la natura i a les falses connexions. Vivim temps de d'aparences camuflades... Com retornar a lo primigeni? Què representa connectar-se a la terra? ISOBARES. Nit de performance i acció Espai creatiu la Pedrera. Subirats. Abril de 2017)

Cierro los ojos y tomo el rojo, y allí donde siento el sonido de ese pájaro, lo plasmo, y de la mosca que me acompaña todo el tiempo, y del viento que mueve tus hojas (es la música que escucho compuesta de todos los sonidos, la que dirige mi color rojo, con mis ojos cerrados). El segundo trabajo lo hicimos por la tarde. Se trataba también de salir de la casa para adentrarnos en la Naturaleza y buscar una vía de comunicación con la Tierra y sus seres. Me preguntaba qué forma me atraparía, qué sentirían al verme, cómo sería ese encuentro. Sentía que tenía que surgir de una necesidad mutua. Así que anduve y me senté en una piedra que no estaba muy alejada de la casa. Delante de mí se levantaba una montaña, majestuosa. Yo la miraba casi desde el suelo y el sol de la tarde acariciaba su lomo. Era preciosa, era ella. Me llamó o quizás nos llamamos mutuamente.

Diálogo con una Montaña.
Montaña -  “Soy una montaña grande, fuerte, llena de senderos y caminos. Todos ellos te llevarán a conocerme. Pero no te pienses, muy a menudo me hacen daño, me queman. Los humanos queman todo lo que hay de vida en mí, cortando muchos de los árboles que en mí habitan, me desnudan, y a menudo me perforan con explosiones que me rompen por dentro. Y todo porque no se han parado nunca a escucharme, a escuchar toda la vida que tengo conmigo. Nunca me han preguntado qué necesito, y tú sabes que soy mágica. Todas las montañas lo somos por que cada una nos expresamos de diferente manera, con tapices de pino blanco o roble o arbustos que sobresalen sobre la piedra.
¡¿Por qué sóis así los humanos?! Una gran mayoría no véis más allá de vosotros y esto os hace ciegos a todo lo que os rodea. Ciegos, sordos e insensibles hacia una montaña como yo, o hacia esa florecilla tan pequeña casi del tamaño de una doble hormiga de la que hablabas esta mañana, “¡venga es tan pequeña que la puedo pisar ¿no?!… Esto piensan muchos.


Esta mañana te he escuchado Susanna, y me ha gustado mucho cómo le has pedido a la flor permiso para hacerte una fotografía con ella, o cómo has caminado con tu lápiz con aquel bichito minúsculo. He visto un paseo: ¿sabes que él te ha ayudado a hacer el dibujo?, ¿sabes que a partir de esta relación has podido pintar los sonidos de los pájaros y la música que junto con el viento se generaba?
 

Te he visto, estaba delante de ti, firme, mirándote y tenías los ojos cerrados mientras dibujabas el color y la disposición de la música.”
Susanna -  “¡Gracias!, lo sé, he necesitado de lo más pequeño para ahora con la luz de la tarde, verte a ti, montaña. Gracias, porque haces que te escuche y que me escuche.”


Después regresamos a la casa, y en la sala-taller se llevó a cabo “El Consejo de todos los Seres” que es una metodología en la que cada una de nosotras, a través de diferentes seres presentaba y comunicaba un mensaje a los humanos. Cuando “fui montaña”, delante del grupo, experimenté un trabajo interno muy potente. “Siendo ella” pude percibir en mi cuerpo el daño que recibe de los humanos. Pude conectar a la vez con el daño que me han hecho a mí. Un ser humano que estaba sentado le preguntó a la montaña qué necesitaba y la montaña respondió: -“necesito que escuchen toda la vida que hay en mí”. Otro alzó su mano y le preguntó: -“¿Qué le dirías a los humanos?” Y ella respondió: -“Soy montaña, y me preguntas ¿qué le diría a los seres humanos?… Les diría: que miren, que sientan, que escuchen.”


Foto: Virginia Su
El tercer trabajo lo realizamos el domingo por la mañana, y en un nuevo “entrar en la Naturaleza”, buscamos un espacio donde nos pudiéramos tumbar para sentir la Tierra, escucharla, escuchar a los seres que la habitan, moverlos, bailarlos... El tema principal del ejercicio era el paisaje sonoro. Escribí lo siguiente después del mismo:

“Dos cuerpos,
el tuyo y el mío,
siento tu humedad en mi espalda,
y me arropa tu olor a hierba mojada,
el sol calienta mi pecho,
y los pajarillos han entrado en mi cuerpo,
entran y salen miles de sensaciones,
formo parte de ti, tierra,
no siento el final de mis dedos,
ahora bailo vuestras palabras,
os escucho: tierra, pajarillos, hierba
y a todos los que veo desde mis ojos cerrados
a través de mi cuerpo,
¿Queréis decir que no somos uno?”


No creo que hagan falta muchas más palabras para explicar esta conexión. Cuando finalizó el taller, Arturo nos pidió una palabra. La mía fue “vida”. Me sentía libre, cerca de mí y con deseo de que ese estado permaneciera. 


¿Cómo mantener esta conexión en un mundo donde constantemente me siento avasallada con mil estrategias que me alejan de mí? ¿Cómo luchar contra esa red invisible que me atrapa?
Conectar con un ser animado o inanimado de la naturaleza, es alinearme a él, es permitirme penetrar en él para escuchar su voz, y esto es lo que da lugar a esa escucha interna que me acerca a mí, porque es a través de él que puedo ver y sentir lo que necesito. Es un diálogo espontáneo, yo diría que inconsciente y por lo tanto profundo y sincero. Allí hay verdad, y quizás sea lo mágico de ese encuentro lo que Arturo tan bien nombra “la Voz de la Tierra”. Es pues, una llamada mutua. La Naturaleza me recuerda quién soy, y me envuelve en una gran humildad y respeto hacia todo lo que me rodea. Aquí empieza el cuidado, un cuidado hacia mí y un cuidado hacia ella.


Pensando en esta conexión, recuerdo una teoría de la Estética del Arte que me parece interesante apuntar. Es la Teoría de la Einfühlung (empatía, endopatía y proyección sentimental), planteada entre 1870 y 1910 por Vischer, Lipps y Volket. En ella, la consideración común de estos reside en la existencia de un proceso de naturaleza cinemática mediante el cual la comprensión de un objeto se inicia con la penetración emocional en él. La teoría concibe el “sentimiento” como una acción espiritual absolutamente libre que toma las formas exteriores como símbolos de la propia vida, y a la “empatía” como un esquema psicológico de la creación artística, según el cual lo esencial de una obra no es el motivo ni el tema sino el propio artista y su vida espiritual. También nos advierte que una obra de arte solo es comprensible mediante una participación afectiva del espectador, mediante una identificación que revele las formas como símbolos de sentimiento.
 

Entonces me surgen las preguntas: ¿cómo me relaciono con la Naturaleza?, ¿cómo es esa conexión?... Y, pensando en esa teoría, me pregunto si no es pues el psiquismo quién explica cada forma del mundo, y si no es la forma de ese ser vivo o inanimado con el que conecto, el ser evocado por mi actividad interior. Creo que es esa proyección sentimental la que me acerca a uno concreto y no a otro, y es por ello por lo que se produce esa maravillosa conexión, una experiencia estética que radica en las posibilidades de compenetración entre los dos. 

La conexión con lleva otro ser. Y será su imagen -del afuera de nosotros- la que de modo inconsciente resuene con algo interno y nos explique algo nuestro. Solo desde una apertura a las formas de la Naturaleza, puede establecerse el diálogo con ese ser para después traducirlo en un escrito poético, en una pintura, en una danza, en un instrumento o con una dramatización... Pero entrar en la Naturaleza implica un estado de humildad, ya que si uno se percibe más importante que una flor del tamaño de una doble hormiga o que un arbusto que asoma la cabeza detrás de una piedra, difícilmente podrá empatizar y establecer una conexión.


La Naturaleza te conecta con algo de afuera de ti, pero que sirve para acercarte a ti. A través de la Naturaleza podemos ver paisajes internos.


Quizás para mí sea esta la respuesta para mantener esta conexión en un mundo donde permanentemente me siento avasallada con estrategias que me alejan de mí. Quizás sea esta la resistencia que debo poner para protegerme de la red invisible que me lanza la sociedad. El encuentro con la Naturaleza. Ese encuentro íntimo y solitario que me permite escucharla y escucharme y que me posiciona en un lugar conectado con la vida.

Comentarios